- He vuelto a soñar de nuevo con lo mismo
El psicólogo hace ademán de echar una ojeada por ahí en un acto de distracción el tiempo justo para mirar los papeles de la paciente y preguntar:
- ¿Hablas de aquel sueño en donde estábais en una mesa con mucha gente?
- No eramos tantos, no – se come las uñas – en realidad éramos unos pocos, no sé si se acuerda. El sueño iba sobre mi hija y yo, que jugábamos a remedar a los adultos.
- Sí, sí, me acuerdo perfectamente
- Bueno, como le decía: Jugábamos a que mi hija y yo servíamos la bebida como personas cultas, de alta cuna, hablando de messie, madame y otros tantos… ¿cómo podría llamarlo yo?, ¿Nombres?
- Apelativos – corrigió
- Eso mismo, qué listo es usted. Apelativos. Y sabe usted, me sentía mal por ello. Siempre me siento mal por reírme de toda esa gente que tiene gran gusto y buena clase. ¡Pero no podía parar! Mi hija se lo pasaba tan bien que simplemente no podía parar. O… – dudó un segundo- no queria.
Para sus adentros Maximiliano pensaba que menos mal que le pagaban cincuenta euros la hora.
- Pero al igual que la última vez,- decía mientras tocaba su block de notas con la goma del lápiz – aun siendo muy sincera con tus sentimientos, no conseguiste explicarme por qué crees sentirte mal al verte reflejada en ese sueño.
- Porque nosotros no tenemos derecho a reirnos. -sentenció – No somos de una gran familia pero tenemos buenas costubres. Puede que cambiemos el té por cocacola barata. Pero somos buena gente. ¿Me entiende?. Mi madre siempre me enseñó que había que respetar a las personas y, aquellos que vestían bien era porque se habían esforzado mucho en la vida. – siempre contaba lo mismo, mientras movía las manos simulando coser – Mi madre me había enseñado que mi lugar era el que me correspondía. Y me siento muy mal al soñar cómo me rio de toda esa gente importante.
- Reírse es bueno – respondió el psicólogo después de un largo sorbo a su café – libera nuestra psique de su estado acomplejado y dolorido por la sociedad. Es por eso mismo que repetimos una y otra vez ese capítulo tan trillado que sale por la tele de nuestra serie preferida…
- ¿Como el gato Garfield? – le preguntó
- Por ejemplo – dijo alzando levemente la mano – Necesitamos reírnos de las cosas que más nos duelen y a eso se le llama catarsis. Una liberación del alma que aparecía por ejemplo, en la tragedia griega, para que el ciudadano medio no sufriera con tanta realidad su propio mundo. Si nos reímos – el psicólogo le gustaba hablar mucho y creerse un grandilocuente orador- en nuestro interior algo aletea y es por eso mismo que,- aquí hubo una pausa – no «querías» parar de hacerlo.
Siguió hablando, usando metáforas sobre la vida. Otra vez recurriendo a esos griegos que tanto le gustaban. Machando la televisión una y otra vez. ¿Qué demonios le habrá hecho el mayor entretenimiento de mi hija? Había un segundo en el que desconectaba. Un suave «puf» y la cabeza se perdía entre deshilachados recuerdos brumosos, se transformaban en las manos de su madre tejiendo, en su rostro triste cuando acababa el día y en todas las veces que le decía a ella una y otra vez: respétales.
El problema es que ella aún no le había dicho eso a su hija.
Y aquella niña se veía tan feliz.