Una virtud es una disposición de la persona para obrar de acuerdo con determinados proyectos ideales como el bien, la verdad, la justicia y la belleza. La virtud se opone al vicio, y tiene una gran importancia para la vida ética.
Wikipedia
Acababa de leer la entrada que le habían pasado por whatsapp, casi con satisfacción, sobre la virtud en la web de wikipedia, porque llevaba – y esto no podría jurarlo pero sí que apostaría una de sus preciosas piernas – casi toda su vida escuchando esa palabra sin darle algún tipo de sentido.
Se encendió el cigarro. Era domingo, uno de esos domingos largos y taciturnos en el que el frío asolaba la ciudad y, aunque hiciera sol, no había ni un alma por las calles.
– Cobardes – musitó al cristal de la ventana mientras posaba su mano en el calor del radiador.
Los domingos largos como aquellos le gustaba fumar, pero tenía un sentido. Sentir que la casa, impoluta durante toda la semana gracias al trabajo de una tal Juanita, se iba llenando de deprabación, olor a sexo, alcohol, vinagre y una pestilente necesidad de nuestro señor jesucristo por liberar tanto pecado a la única persona que sonreía aún desnuda mientras apuraba el cigarro. El sentido era llenarlo todo, claro está, como si el único afán fuera pudrir cualquier atisbo de virtud.
– … el bien, la verdad, la justicia y la belleza… – soltó al aire con tono solemne lo que acababa de leer.
Se encendió otro cigarro y exhaló el humo entre las botellas de jagger a medio vaciar que aún estaban sobre la mesa.
– La verdad es que toda la semana me paso el día trabajando, fuera de casa con los pies destrozados, sin tiempo, sin ganas, con la cabeza a punto de estallar – se paró en un vano intento de teatralidad – para poder descansar como Dios manda – rió por la ironía.
– Creo que es justo – siguió – bueno, no lo sé, pero debería serlo, y desde luego que es bueno para mí, porque de no ser así terminaría siendo una caótica estresada sin una sonrisa para nadie como la estúpida de Julia, con sus niños, sus ojeras y su marido cojín.
Se paró un segundo para contemplarse delante del espejo del salón. Era bella, desde luego. Treinta años bien dispuestos por toda su piel, uno de sus pechos estaba marcado por un mordisco, lo cual le daba más sentido a todo el cuadro.
– Me he dedicado toda mi vida a disfrutar de ella – no se atrevió a mantenerse la mirada en el espejo – la virtud de vivir. ¿No? ¡Claro que sí! No entiendo por qué el estúpido de José se había metido tanto en su cabeza. Quizás está bien así – terminó mascullando con un gesto de asco – quizás le invite el próximo sábado para enseñarle lo que es la virtud.