Un día cualquiera después de la guerra

Ojalá nunca tener que decir esto. De verdad. La locura que se cierne en torno a la guerra solo me recuerda lo poco que llegamos a «madurar» y sí, lo pongo entrecomillado porque no creo en esa palabra.

Cuando somos pequeños nos gusta pelearnos contra otros niños a fin de conseguir cosas que queremos, cosas que brillan o hacen ruidos, mordemos, arañamos y lloramos porque ESO es lo que en el interior de nuestra alma más deseamos.

Reducir la guerra a un juego de niños me parece una blasfemia, pero para ser sincero, es la analogía más correcta. Se nota mucho cuando las palabras no son suficientes, ni los contratos, ni los tratados de paz ni la Otan o la Utan o lo que se vaya inventando por el camino. Simplemente uno de los niños ha querido algo y ha ido a por ello.

Que me odien por pensar que la guerra es algo más que intereses políticos, que proteger tu país, tu economía o simplemente como un medio para la estrategia militar que te permitirá posicionarte mundialmente como alguien más… temible.

Juego de niños. Niños llorones que quieren algo. A veces dudo mucho de por qué nunca maduramos, si es que acaso esa palabra significa algo.

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